Para discutir de todo...como en botica.

lunes, enero 30, 2006

Cazador entre el centeno - 3

Bueno, para los lectores más fieles de este estupiblog, llega la tercera y última parte de la historia del joven cazador que quiere conocer a las mujeres. A ver qué opinan.

Volví a aterrizar en el lago. Había pasado casi una hora y no había signos de vida. Recogí el nailon para revisar la carnada y verifiqué que había desparecido. Puse una nueva mientras los peces se burlaban bajo el agua, cambié de sitio y tiré el anzuelo. Me senté nuevamente y retomé el libro.

“Cazador en el centeno” había sido prohibido en Estados Unidos después de su primera publicación. En la mañana del 8 de diciembre de 1980, el asesino de John Lennon, Mark Chapman, le había pedido al integrante de Los Beatles que le autografiara un ejemplar. Horas después lo asesinó. Chapman tenía el libro cuando fue capturado, y la policía y los medios de comunicación especularon por años sobre la conexión entre la trama de la historia y la motivación para matar a Lennon. Tal vez leerlo no apaciguaba mi espíritu ni me daba la paciencia que requería para los malditos peces.

Sentí el llamado de la naturaleza y decidí dejar la pesca por un momento. Seguí leyendo mientras avanzaba por la trocha, recta primero y después en subida, para dar con el baño. Sin ni siquiera levantar la mirada, extendí el brazo para empujar la puerta y la abrí de una. Levanté la cabeza cuando escuché un grito agudo, que bajó hasta el lago, hizo vibrar el agua, despertó a Leonardo, alertó a los peces, subió, rebotó en la montaña, puso a ladrar a los perros, pasó por los potreros, despechó a las mulas e interrumpió a las vacas. Finalmente regresó a mí.

Abrí los ojos y se me dilataron las pupilas como a un venado. Juanita estaba colgando ropa en una cuerda extendida a lo ancho del baño, empinada, con el pelo suelto y los brazos arriba, completamente desnuda. Por primera vez en mi vida veía a una mujer así. Y además la veía a ella. Tragué saliva y grité cualquier cosa. No pasaron más de tres segundos mientras di media vuelta en medio de explicaciones y disculpas. Y no pasó más de un minuto antes de regresar al lago, sonriendo y tratando de ordenar las letras de Salinger, que se desparramaban por la trocha.

Me tomé mi tiempo para saborear mi botín de guerra, para delinear la escena y reproducirla en mi cabeza mil veces. El enemigo me había invadido, pero se había llevado un golpe inesperado. Lo tendría que pensar antes de atacarme de nuevo.

Había idealizado un momento como ese y no tenía claro cómo debía sentirme. Era algo complejo, pero en esa época era suficiente que hubiese sucedido. La flaca de la cuadra y las modelos de Santa Marta eran ahora juego de niños. Ningún botín se asemejaba al mío. En el círculo de escupitajos del colegio tendría respeto y, además, había neutralizado a mi enemigo.

Llegué al lago y pregunté si había picado algo. “Nada”, respondió mi amigo, aburrido. Cambié la carnada y tiré el anzuelo. Me senté y cogí el libro de nuevo. Leonardo me siguió con la mirada y preguntó: “Oiga, ¿y qué fue ese grito?”.

Hasta acá la colaboración del Ogro de Bakú. ¿Qué les pareció? ¿Debería abrir su propio blog? No se merece la lectura ni de una frase? ¿Lo oinvito de neuvo? ¿Más vale que el boticario desaparezca y quede el ogro? Digan a ver qué hacemos - por una vez que trato de hacer de este blog un lugar democático...

jueves, enero 26, 2006

Los cinco hábitos de los hombres totalmente exitosos

Aljuri, el Señor Optimista y la gata del anticuario me atacaron. Como ellos, como tantos de quienes escriben blogs por estos lados, exigen que les cuente cinco hábitos, cinco hábitos bien extraños. Veamos qué cosas raras suele hacer el boticario, si es que a alguien le interesa:

1 – Como ya todos saben, si me han leído antes, gusto del sabor de los mocos. Sin embargo, ya sean míos o de alguien más, siempre prefiero los de la fosa derecha en el caso de los diestros, y los de la fosa izquierda si son producidos por un cuerpo zurdo. Sí, tiene cierto sabor a esfuerzo y trabajo que me gusta, mientras que los del lado contrario tienen una consistencia más blandengue.

2 – Tengo una extraña debilidad por las mujeres – por lo general, bastante jovencitas – que parecen tener la extraña necesidad de incluir en cada frase que dicen la palabra “uon”. Bueno, a veces es “ueón” o “uuón” o algo así, depende. Me gusta más que cuando dicen “marics”. Úsalo y me derretiré instantáneamente a tus pies. Es mi criptonita amorosa.

3 – Cuando bebo algo puedo, perfectamente, no levantar el dedo meñique. De hecho, nunca lo hago. Sin embargo, a la hora de bailar calipso, el mismo dedito se yergue con una energía incomprensible y, si trato de bajarlo, pierdo el equilibrio y caigo a la pista de baile, lo que puede tener consecuencias aún más lamentables cuando la fiesta está tan buena que estamos haciendo el clásico trencito.

4 – Soy buena paga pero, más que eso, me encanta pagar deudas. Suelo pedir prestado para poder devolver, luego, lo que me prestaron. Hay un extraño placer en sentir la plata salir de mi bolsillo, pero sólo cuando es para pagar un préstamo. De resto, me es indiferente.

5 – Soy un adicto enfermizo al chocolate, aunque no me gusta tanto el dulce. Pero el chocolate… chocolatina jet con aguardiente, chocolate amargo para el frío, la angustia o el hambre, helados, ponqués, chocorramos o braunis de postre. Sin duda, el mejor piropo fue cuando me compararon con un Ferrero – eso bastó para asegurarle un espacio en la botica a la persona que lo dijo. Y, de nuevo, sin duda, nada para demostrar interés y aprecio como el regalo de un brauni especial, un pan de chocolate o un éclair de chocolate en una noche de clavada para un final, sobre todo si es de sorpresa y es viernes. Eso no se hace todos los días.

Bueno, hecho el deber, ahora toca dizque pasárselo a otras cinco personas, pero creo que ya todos lo hicieron, o por lo menos ya les han puesto la tarea. Pero por si acaso, ahí les va a Cris la del té , Laura Londinense , Titania, Herr Doctor Barbárico y Don Tomate.

P.D. Si van a comentar, háganle rápido a ver si podemos terminar la historia del Ogro de Bakú.

lunes, enero 23, 2006

Cazador en el centeno - 2

Un poco más trade de lo prometido, debdio a problemas laborales, informáticos, inexistentes, sentimentales y gastrointestinales, se cumple lo prometido. Pido disculpas a quienes esperaban tener una buena lectura del Ogro de Bakú apra el fin de semana (sí, cómo no). Así que acá sigue la historia.

Los pensamientos me atropellaban pero podía repasarlos en paz. No estaba en la penumbra y estridencia de un salón comunal, tratando de identificar alguna niña para bailar o sosteniendo una conversación a gritos. Tampoco estaba en los círculos que se formaban en el colegio, donde al mismo ritmo que escupíamos en el piso oíamos las historias de los próceres de la virilidad. Aquellos que habían estado en territorio enemigo – o que decían haber estado – y traían botines de guerra.


Mis botines de guerra me los guardaba para mí mismo. Además, al final de cuentas, ¿cuáles eran en ese entonces? Recuerdo dos. A los doce años había estado en Santa Marta con mi familia, y mientras organizábamos en la playa peleas nocturnas de cangrejos, descubrí con un amigo un tesoro: una cortina a medio correr en una de las cabañas del hotel, ocupada por seis o siete mujeres. Inventamos que eran modelos – o tal vez lo eran – mientras las veíamos cambiarse y caminar en calzones de un lado a otro de la habitación. La ventana apenas daba espacio para uno de nosotros, y el grupo de espías creció con el paso de los días hasta que una mala noche el telón se corrió para siempre. A pesar de los breves turnos que tuve, de la difícil perspectiva, del vidrio sucio y de la distancia, lo consideré un auténtico ritual de iniciación.

El segundo fue un ataque directo. Después de mucho evadirlo, Juan Manuel – mi gran amigo de infancia – me convenció de pedirle a Ana María, una flaca altísima que enredaba sus piernas y brazos en una bicicleta, que fuera mi novia. Él había decidido que le gustaba más Sandra, la prima de la flaca (Juan Manuel, claro, fue el primer ejemplo del tipo “pinta”, que escoge primero y que deja algo para los demás). Ana María me mandó el sí con otra vecina. Sin haber disfrutado de mi nueva condición, ni haberla visto o hablado con ella, salí de Bogotá unos días. Cuando regresé me esperaba una carta en el buzón, escrita en colores, con la ruptura definitiva e inapelable.

También estaba Juanita, la mejor amiga de mi hermana. Era la figura femenina más cercana que tenía, aparte de mi mamá y de mis hermanas. Me trataba como a su hermano menor y explotaba mi timidez al máximo, con preguntas sobre mis amores inexistentes o con coqueteos y cumplidos concebidos para desestabilizarme. Arrinconado y derrotado, yo respondía con pocas palabras y gestos ridículos. Ella se reía, movía el pelo, me clavaba un beso en la mejilla o seguía hablando con mi hermana.

Veía a Juanita en mi casa, en los paseos familiares y en mi finca; la veía de reojo en la mañana con una piyama; la veía pasar y me enredaba en su olor femenino; la veía en el río en vestido de baño; la veía y la veía y trataba de entender algo. Y después de darle vueltas y vueltas, llegué a la conclusión de que no estaba cultivando ningún amor platónico por ella. Sencillamente había copado mis terrenos sagrados, el cuartel general donde reunía fuerzas, donde me escondía del enemigo y planteaba estrategias fallidas. Era una invasión que me confrontaba, pero contra la cual no podía hacer nada.

Para quienes no han gustado de esto, tienen la buena nueva de que sólo falta un tercer apartado y listo, salimos. Claro, los que sí están medianamente intrigados, también sabrán que este viernes podrán leer qué fue del narrador, de Juanita y, claro, de Lucas. Nos veremos.

miércoles, enero 18, 2006

Alivio

Finalmente puedo decirlo: este beso es mero instinto.

viernes, enero 13, 2006

Cazador entre el centeno 1

Bueno, a partir de hoy y por otros dos viernes, les traigo una hsitoria que me envió un colaborador externo de la botica, el dependiente que organiza las cajas de atrás y que se hace llamar Ogro de Bakú. Ojalá les guste... que el boticario así se puede tomar un poco de descanso. Y ahí les va.

La Semana Santa de mis trece años la pasé pescando. Fue la única vez que lo hice, tal vez porque el silencio y la paciencia de pescar me obligaron a estar más tiempo conmigo de lo que puede soportar cualquier adolescente. En otras palabras, tal vez me aburrí. Y aunque colgué mi caña sin pena ni gloria, nunca olvidaré esa semana.

Los primeros años de mi finca nos hacinábamos en una casa de bareque. El altillo lo habían tomado los grillos y las chicharras, mientras nosotros teníamos una habitación donde llegamos a meternos diez personas. Además, compartíamos con los cuidanderos un baño y una cocina a medio construir, ambientados por un miquito maicero, misógino y virgen, que moriría de depresión años después.

Esa semana éramos nueve: mis papás, mis hermanas, mis tíos, Juanita, Leonardo y yo. Juanita me llevaba casi dos años y era la mejor amiga de una de mis hermanas. Leonardo era un amigo de mi barrio. Yo era el hermano menor, el que viaja en el baúl del carro, el que duerme en un catre y se viste sin rechistar con bermudas de colores. El hermano menor que nació con el respeto familiar perdido.

Leonardo tenía la teoría de que en la madrugada los peces también dormían. Poníamos la alarma a las cinco de la mañana, cogíamos las cañas, un balde y un azadón para buscar lombrices, y salíamos en compañía de Lucas, nuestro perro, que se desperezaba, aullaba de felicidad y bajaba con nosotros al lago. Unos minutos después se aburría y regresaba a esperar a que mi papá despertara.

Una vez nos sentábamos comenzaba la espera. Esa Semana Santa, mientras Leonardo tiraba una y otra vez el anzuelo, me puse a leer “Cazador en el centeno”, de J. D. Salinger. La historia de Holden Caufield, el protagonista, era por esa época una declaración adolescente de rebeldía: Caufield es expulsado del colegio por su bajo rendimiento, y antes de enfrentar la ira de sus padres, decide irse a Nueva York. Su comportamiento errático, irónico y rebelde sedujo a toda una generación.

Me detuve un rato y comencé a mirar absorto el nailon para detectar cualquier movimiento. Con el paso de los minutos el nailon se transparentaba y yo, sin parpadear, viajaba en el tiempo. Los pensamientos me atropellaban. Era la edad del limbo. La infancia, la adolescencia, el colegio de hombres, las mujeres que comienzan a volverse un tema obligado, así toque fingir, así uno quiera seguir jugando Nintendo y montando en bicicleta.

Esta historia continuará a la misma hora, en el mismo blog, la próxima semana. No se pierda la segunda parte!

martes, enero 10, 2006

Reseña (estúpida, claro está) del 31

El 31 es una gran fecha. Memorable, si señores. Llena de familia: un tío que se queda dormido con un vaso de trago posado en su inmensa panza, y que boquea en la sala mientras los demás departen tranquilamente, un primo púber que quiere dormirse de último porque sabe que el anfitrión guarda viejas revistas porno, un abuelo senil y medio lunático que insiste en que no es 31 de diciembre sino de octubre y hay que esconder el árbol de navidad porque es una costumbre extranjera. Y amigos: una vieja amiga del barrio que no veías hace 18 años y ahora está a punto de encerrarse, borracha, en el baño con el más perro de tus amigos, un compañero de la universidad que siempre te cayó mal y tiene halitosis y que insiste en que bailar con otro hombre no implica nada, así sea un reguetón bien perreado, el amigo de toda la vida que anda desempleado, con una novia fea y mamona y sólo tiene razones para llorar y no esperar nada mejor del nuevo año.

Luego viene la comida: tamales inmensos y con poca carne, perniles de cerdos sin mayor chiste, las sobras del pavo de Navidad, lechona. Alguna ensalada preparada a última hora por si se llega a aparecer algún comedor de tofu. El común denominador: todo está bastante insípido y bastante seco, con lo que toca mojar el gaznate a punta de licores, quizás adulterados. Ah, y licores: aguardiente como buen colombiano, champaña para las doce de la noche, güisqui para dárselas de lord inglés o contrabandista guajiro, ron para ver si sirve de abrepatas. Y, claro, los postres para las tías glotonas, todos a base de leche: arroz con leche, leche asada, tres leches, leche de cabra, leche de oveja, leche de búfala. Leche y más leche. Buaj.

Ah, los pinches agüeros del 31. Calzones amarillos al revés, y me los vendieron muy chiquitos y de vieja en la maldita feria del calzón y solo cuco. Ni les cuento los malabares que tuve que hacer para depositar en su lugar lo que mi cuerpo dejó del tamal santandereano mezclado con tolimense. Luego las uvas a las 12: creo que conté mal, por culpa del exceso de alimentos, y encima al tratar de comérmelas, brindar con mi primo y abrazar a una amiga de la amiga de un amigo que está como Geraldine Zivic, terminé echando el trago al piso, pisoteando a la niña y atragantándome. A las 4 de la mañana todavía me daba por escupir pedacitos de piel verde. Claro, y las papas: a todos nos salió la pelada, hasta que alguien se dio cuenta de que algún bromista había pelado las tres. Lentejas en los bolsillos: al lavar el pantalón se cocinaron, y empuercaron toda la ropa. Corrí una vuelta a la manzana, pero el lugar donde estaba queda a las afueras de la ciudad. Aún estamos buscando al primito de tres años que salió corriendo detrás de nosotros.

Yo no sé si soy mamón, pero en últimas no me gusta esta vaina. El primero de enero arranco el año con guayabo, indigestión y una cansancio brutal. Pero en mi camita, y eso es lindo.

miércoles, enero 04, 2006

Intemperie

Al aire libre
Sin más compañía que las nubes que no veo
Antes había guaridas
Bosques encantados
Lugares secretos.
Miedo y encanto.

Tú miras las nubes
Y olvidas las casas derruidas
Las caminatas nocturnas por la ciudad
Las caminatas bajo el sol aliado.
Como si estuvieras sola.

No lo sé
Pero yo no olvido
Y no estoy solo
Estoy al aire libre
Pero no desolado
A la intemperie.