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martes, diciembre 26, 2006

Que bonito es casi todo

Una mañana de invierno, mientras me asediaban los informes a revisores fiscales, los estados financieros consolidados y las solicitudes de información insuficiente, sonó mi celular. Era un mensaje de texto, de esos que solo me llegaron cuando tuve, alguna bella semana, un idilio secreto por escrito. Intrigado ante tan extraño acontecimiento, me encontré frente a un par de palabras, sencillas, directas, cálidas y calientes. Quise dejarlo así, pero la curiosidad y el deseo de recibir más mensajes, lo impidió; quise corresponder, pero el remitente era internerd. Ahora me llegan estos mensajes, de forma irregular, siempre llenos de ánimo, siempre como un nuevo impulso. Que bonito es casi todo.

Cuando tenía cincuenta y tres años, una larga carrera burocrática y una familia a punto de desmoronarse, murió mi abuela. Ya era hora: sí, lo sé, el ciclo de la vida, el reposo que es la muerte, los logros alcanzados. Pero me pesó su vacío, me costó reencontrar a un par de primos que ya creía muertos en vida, me impactó ver a mi sobrino Diego con acné y más de un metro noventa. El dolor fue tal que deje de lamentarme por lo desperdiciado , sin querer, recuperé el amor de María Cristina y me conseguí un nuevo reto en el trabajo. Que bonito es casi todo.

Antes de llegar a la laguna que era el destino que nos había prometido el guía, un venado se cruzó. Como nunca había visto venados, y mis novios siempre me han dicho que tengo piernas de gacela, me fui detrás de él. Y resultó que era ella: estaban sus tres pequeños, endebles, asustados, divertidos. Y ella los protegía. Eso bastó, claro, para que me perdiera del grupo y de la laguna. Que bonito es casi todo.