El diablo está en los detalles
Hace algún tiempo anduve con una mujer de rostro impecable y encantos casi sobrehumanos. Su sonrisa me hacía dar ganas de esclara la montaña que hay detrás de mi casa, sus historias inventadas me divertían durante largas noches, el simple recuerdo de sus besos me hacía temblar por dentro. Pero pronto descubrí su afición a comer mocos, propios o ajenos, y cuando, más allá de deleitarse con su propias secreciones en mi cara, intentó robarme los míos, me di cuenta que eso no podía continuar.
En otra vida, hace años, cuando fui mujer, un apuesto joven estudiante de abogacía me hacía la corte. Su modales eran tan finos que parecía ser francés, su conversación era tan agradable que mi madre siempre le invitaba a regresar, usaba un bigote negro, atusado, que brillaba más que los ojos de mis amigas cuando nos veían paseando juntos, y, además, sabía perfectamente cómo robarme una caricia sin que mis padres o mi hermana menor se enteraran del estremecimiento que me sacudía. Sin embargo, cuando tomaba la taza del chocolate que mi madre le preparaba, le resultaba imposible beberlo sin antes hacer buches, como si su dentadura deseara un enjuague completo.
Cuando era rumbero, conocía a una mujer que era la envidia de mis amigos: bailaba hasta que no le quedaban más fuerzas, se divertía hasta las once de la mañana del día siguiente sin quejarse ni cansarse, bebía lo suficiente para estar en la onda pero no tanto como para convertirse en un estorbo. No coqueteaba con otros hombres, ni se contoneaba alrededor de ellos: iba conmigo, se reía de los chistes de mis amigos, les presentaba conocidas para que se fueran juntos de fiesta. Pero después de un tiempo me di cuenta que tras bailar cinco canciones seguidas lo único que decía era “estupendo!”: estupenda canción, estupendo amigo, estupenda noche. Su cerebro no parecía conocer más palabras.
Y ahora yo estoy sólo, sintiendo que este es un estupendo post, tomando chocolate de a buches, comiéndome mis mocos (y, cuando lo logro, los mocos ajenos). No sé qué me pasa.