Para discutir de todo...como en botica.

jueves, octubre 27, 2005

El diablo está en los detalles

Hace algún tiempo anduve con una mujer de rostro impecable y encantos casi sobrehumanos. Su sonrisa me hacía dar ganas de esclara la montaña que hay detrás de mi casa, sus historias inventadas me divertían durante largas noches, el simple recuerdo de sus besos me hacía temblar por dentro. Pero pronto descubrí su afición a comer mocos, propios o ajenos, y cuando, más allá de deleitarse con su propias secreciones en mi cara, intentó robarme los míos, me di cuenta que eso no podía continuar.

En otra vida, hace años, cuando fui mujer, un apuesto joven estudiante de abogacía me hacía la corte. Su modales eran tan finos que parecía ser francés, su conversación era tan agradable que mi madre siempre le invitaba a regresar, usaba un bigote negro, atusado, que brillaba más que los ojos de mis amigas cuando nos veían paseando juntos, y, además, sabía perfectamente cómo robarme una caricia sin que mis padres o mi hermana menor se enteraran del estremecimiento que me sacudía. Sin embargo, cuando tomaba la taza del chocolate que mi madre le preparaba, le resultaba imposible beberlo sin antes hacer buches, como si su dentadura deseara un enjuague completo.

Cuando era rumbero, conocía a una mujer que era la envidia de mis amigos: bailaba hasta que no le quedaban más fuerzas, se divertía hasta las once de la mañana del día siguiente sin quejarse ni cansarse, bebía lo suficiente para estar en la onda pero no tanto como para convertirse en un estorbo. No coqueteaba con otros hombres, ni se contoneaba alrededor de ellos: iba conmigo, se reía de los chistes de mis amigos, les presentaba conocidas para que se fueran juntos de fiesta. Pero después de un tiempo me di cuenta que tras bailar cinco canciones seguidas lo único que decía era “estupendo!”: estupenda canción, estupendo amigo, estupenda noche. Su cerebro no parecía conocer más palabras.


Y ahora yo estoy sólo, sintiendo que este es un estupendo post, tomando chocolate de a buches, comiéndome mis mocos (y, cuando lo logro, los mocos ajenos). No sé qué me pasa.

viernes, octubre 21, 2005

Y ahora sin Juana, la luna esquiva

¿Por qué demonios será que Juana no me deja en paz? Fuera de su vientre, bajo la constante luz solar, me siento fuera de lugar. Así que intento dejarme ir, buscar algún bosque que me recuerde las sombras de sus órganos digestivos. Pero nada, viene entonces la voz, esa voz musical: “El fin de amar / sentirse más / vivo”, y revive la sensación de estar alejado del mundo, engullido por la mujer más bella y más cruel de la vida. Y entonces el heroísmo de haberla liberado de la prisión del vacío interior se vuelve contra mí, y entiendo por qué se dice que todos somos egoístas en lo más profundo de nuestro ser. Sí, habría sido mejor que Juana me hubiera digerido lentamente, que los ácidos hubieran corroído poco a poco mi piel, que la vida se me fuera lentamente, mientras luchaba porque mis párpados no perdieran su fe. Habría preferido morir como cualquier otro, y dejar de estar, a estar acá, afuera, entre el viento, sin ella.

Porque Juana, que como ya sabemos sigue viva, canta. Canta sin cesar, y su voz recorre espacios inconmensurables, que aunque sólo sean un pedacito de la ciudad son inmensos, para que yo la escuche. Y esa voz me sigue, espantando los sonidos de burros y buses y banderas, y no me deja sólo, recordándome siempre que ella existe, que ella vive, que ella goza. Y que estoy lejos.

Sólo me queda la voz de quien antes fue mi hogar, de quien me prestó su vientre para vivir y protegerme y matarme. Por su voz sé que Juana a veces está más cerca, e incluso sé que me piensa, que le gustaría verme, que me odia un poco pero se odia más a si misma. Porque su pasado de planta carnívora le resulta insoportable, y porque su presente de luna que va y viene, de mujer esquiva que desea a los hombres pero no quiere comerlos, le viene mal. La hace más bella y más asquerosa, más inmejorable y más patética, más deseada y menos deseable. La hace muchas cosas, menos mía.

P.D. ¡Que lata doy con Juana! Pero es que me enamoré del personaje.

P.D. 2 Del PERSONAJE.

P.D. 3 Y mañana seremos campeones!!!

miércoles, octubre 19, 2005

Juana, la luna esquiva.

Cuando salí del vientre de Juana deambulé por días, desorientado y sin hambre. La sensación de calor y protección era mucho más intensa y agradable de lo que pensé mientras la viví, pero mi Casquivana ya no estaba, y no había nada que hacer al respecto. La soledad de quien fue olvidado por su verdugo es intensa, sobre todo si ahora no le queda más que viento en los oídos y un moco pegajoso en la piel, que no se va, que no se lava, que no se deshace.

Pero ahora entendí todo. Entendí el sueño, entendí la muerte, entendí mi rol de héroe y protagonista de esta historia. Juana, la Casquivana., efectivamente murió. Yo, como todos sabemos, sigo vivo. Sin embargo, lo que vengo a entender es que Juana no era la Casquivana, ni era la planta: esos eran avatares de Juana, formas metamórficas que podían modificarse. Y yo fui la víctima propiciatoria, el chivo expiatorio, el hombre que llenó su vacío y le permitió volver a moverse por sus propios medios. (Claro, como soy yo el que escribo el cuento en mi blog, soy el héroe. ¡¿Y qué?!).

Ahora Juana ríe: no la veo, pero mis oídos alcanzan a escuchar su risa, y eso me alegra, me hace sentirme acompañado de nuevo, acompañado aunque a distancia. Juana es, según oigo, esquiva y no casquivana (Juana, la Esquiva – el mismo personaje, otro personaje, mi personaje), y, como la luna, cambia de cara y oscila entre la ausencia plena y la presencia total. Ya no come hombres, sino que se enamora, ya no es una planta carnívora, sino una princesa. Mi sueño, claro, era una premonición de lo que iba a ocurrir. La muerte fue de la Casquivana y no de Juana. Ni mía. Juana ahora es una luna llena, y yo soy yo, héroe y razón de ser de la nueva Juana.

P.D. Creo que hasta acá llega esta historia.

P.D. 2. Me gustó el fin del cuento; yo quedo “como un príncipe”. Hermoso.

martes, octubre 18, 2005

Aclaracion tardia

A veces la ficción resulta teniendo extraños resultados. Por leer una novela o ver una película, puede un ser humano terminar creyéndose un vegetal, o perdonar al padre que lo maltrató en la infancia, o decidir que sí, que ésa mujer sí es la que quiere a su lado. Yo, la verdad, no soy nadie para hablar de nada (y por eso todo lo que hablo es mierda). Pero tal parece que hay gente que no me cree: yo no digo nada, yo sólo hablo mierda. Y deliro, a veces, y regaño, a veces, y sueño, casi siempre. Pero no hablo en serio. Por favor. No así.


Los días van pasando, Rock al Parque queda atrás, regreso al trabajo y al mundo del internerd. Me conecto, una vez más, a ver qué estupidez se pasa por mi mente. La historia de Juana, la Casquivana, no ha acabado. Juana es mía; yo la inventé, yo la creé, yo la maté. Pero en realidad Juana no está muerta – murió la planta carnívora que se hacía pasar por ella, sí, pero Juana era la princesa que escapaba. Juana, Casquivana y todo, está viva, más viva que cuando era una planta que debía comer hombres para no sentir un vacío por dentro. Yo sé todo de Juana, porque ella es mía, pero está viva dentro de mí, y por eso no lo sé todo de ella. Juana es alta o pequeña, es bella sin duda, está llena de dudas por sentirse libre de su cruel dolor. Juana está llena de vida. Juana no es nadie, nadie afuera de estas palabras y de mi mente. Así que, señor Aljuri y demás intérpretes de mis delirios, Juana no es nadie más que ella misma, Juana es auténtica y hermosa, Juana es frágil y terriblemente pérfida.

Acá debería continuar esa historia, que no ha acabado ni tiene por qué acabar, pero creo que este cuento ha empezado a tener ramificaciones que nunca se buscaron y que jamás debería haber tenido, así que es necesario aclararlo, deshacer la confusión que quizás existe. Si entre la historia de Juana y la realidad hay puntos en común, no es casualidad: es que el cuento se nutre de lo vivido, de lo escuchado, de lo sentido. Pero de ahí a leerla como si fuera un discurso simbólico, o como si fuera el resultado de la ingesta de alucinógenos, hay un salto inmenso, un salto con el que no estoy, ni puedo estar, de acuerdo. No.

Pido disculpas a los lectores que me quedan y se aguanten esta aclaración llena de sobreentendidos y de contradicciones. Pido disculpas a quienes hayan entendido que la historia de Juana era algo así como un diario sentimental. Pido disculpas a quienes no entiendan un demonio de lo que acá se escribe. Y, por encima de todo, pido disculpas a quien se haya podido sentir puesto en evidencia. El único que se pone en evidencia acá soy yo, porque soy quien lucha contra si mismo para escribir algo que me haga sentirme vivo.


P.D. Prometo volver a mis viejas incoherencias tan pronto tenga un tiempito

P.D. 2 Sí, hay cosas que yo escribo y no se entienden. Pero hay cosas que yo vivo y tampoco se entienden. Así que no hay nada extraño.

miércoles, octubre 12, 2005

Muere mi Juana, la Casquivana.

Anoche dormí por primera vez desde que estoy acá adentro, encerrado. Esta historia de Juana, la Casquivana, cada vez me envuelve más, y me llena de olores extraños, y hace que mi lengua se empape permanentemente de sustancias amargas que, sin embargo, no me corroen. No entiendo para dónde va mi cuento, pero ahí va. Esta es la historia de Juana, la Casquivana, que alguna vez será historia para poder ser un cuento.

El caso es que dormí y, cosa extraña en mí, soñé. A ver si alguien puede ayudarme en el sueño: yo era Luigi, el de Mario Bros. (¿Se llamaría Luigi Bros? Nunca lo supe) y corría como un desquiciado por el castillo de la princesa, pero cuando mataba cierta cantidad de honguitos, saltándoles encima y mandándoles el caparazón de varias tortugas voladoras, resulta que llegaba y no había princesa sino una planta carnívora, que además escupía fuego. Así que Luigi, que ahora era yo pero a la vez no lo era, saltaba encima, como si fuera otra tortuga, y quedaba atrapado entre sus fauces, y la planta se atragantaba y se moría, y ya no era un videojuego y estaba Frodo Bolsón y yo lo detestaba, y el idiota corría como loco hacia Mordor diciendo “Tengo que salvar a Laura Lucía!” mientras miraba un reloj que sacaba de su levita porque era también el conejo de Alicia, y la planta se convertía en una princesa que corría tras él, y yo me montaba en una tortuga voladora a ver si los alcanzaba, y Luigi lloraba porque la planta se había tragado a su hermano Mario (que, por ende también debía ser yo…que esquizofrenia!!!)

Luego yo terminaba borracho porque había tomado mucho ron, y Juan Camilo me decía que no escupiera más encima del mantel, pero no había ni mesa ni mantel sino una mano con las uñas pintadas de vinotinto que me daba ganas de acariciar y se dejaba un poquito pero luego pero desaparecía, y entonces yo quería tomar vino tinto pero no podía porque ya había salido el sol y de día no podía tomar vino tinto: era una regla de la seguridad democrática debida a que la bomba contra Vargas Lleras era toda de vino tinto y él estaba ileso del atentado pero una esquirla había volado hasta el Eje cafetero y había matado a un indígena que había consumido demasiado yagé y se le habían cruzado los cables. A estas alturas yo ya estaba mamado pero tenía que irme a un partido de fútbol en el que nunca iba a tocar el balón, y me dolía todo, pero llegaba Pique y me decía “no, hermano gorgojo, el gol de Maradona fue con la mano del diablo”. Que cansancio! Menos mal ese día había paro nacional pero nadie paraba de correr y llovía y llovía y aparecía el conejo maldito del hobbit ése y me decía “ya es hora! Juana te espera”.

Me desperté sin haber sudado ni un poquito, y muy cómodo. Pero algo se estremecía alrededor mío, y un sonido de huesos que se rompen venía de abajo. Era Juana, era Juana que me escupía, que me vomitaba, que me sacaba de su tierno y hediondo vientre. Ahora estoy acá, afuera, solo frente a una planta carnívora que murió de la indigestión que le produje. Y sigo acá, solo, incoherente, quizás hablando mierda, quizás diciendo mucho. Yo no quería que Juana muriera, y menos cargar con la culpa de ello. Pero sí fue.

Esta fue la historia de Juana la Casquivana, pero mi historia nada que termina. Sigo solo y sin entender el sueño.

P.D. No tengo postadatas hace rato. Me hacen falta.

P.D. 2. Sigo sin tener postadatas. Que mamera.

jueves, octubre 06, 2005

Dentro de Juana, la Casquivana

Eso de ponerse a escribir un cuento es terrible: ni yo sé a dónde me va a llevar, no sé cómo ha de terminar. Pero lo peor es cuando no es un cuento sino es el relato de lo que me ocurre, de toda esta sangre y estos extraños restos de hombres (muelas con caries, trenzas de universitarios, lentes, lápices, un anillo de plata con una calavera) que me acompañan acá adentro. El mundo es oscuro, cálido y rojo. Mis oídos se desesperan de sólo escuchar tonos bajos y lejanos, y querrían escapar de mi cabeza y lanzarse al transparente verdor de los ácidos de Juana. Pero este cuento no es fantástico, así que tienen que quedarse acá, a los dos lados de mi cráneo, con esas orejas que de nada me sirven.

Ayer Juana pareció hablarme. Bueno, este mundo es nuevo para mi, y aún no entiendo qué ocurrió, pero desde mi izquierda (cosa que no importa, porque sólo hay arriba y abajo, pero no sé hacia dónde miro ni a qué le doy la espalda, pues siempre miro y siempre doy la espada a Juana, la Casquivana) salió un sonido más agudo, diferente a los que creo son suspiros casi permanentes de esta flor. Parecía seguir un ritmo similar al que usamos los humanos para comunicarnos, parecía buscar mis oídos, que inmediatamente despertaron y desecharon su plan suicida. La verdad es que me sentí conectado, de nuevo, con eso que antes llamaba realidad, y que ahora es un delirio.

Pero no entendí nada. No entendí si las palabras eran bellas o no, si transmitían comprensión, cariño o terror, si Juana me quería tranquilizar o insultar. No sé nada. Y tampoco entiendo por qué no soy digerido, por qué mis uñas no se desprenden, por qué mi piel ya no se incomoda con esta asquerosa mezcla de ardor y constancia. Si alguien me lee, por favor hable con ella, siempre teniendo cuidado de no sucumbir. Hable, pregunte, trate de hacerla entender: que me cague, que me vomite, que me digiera. O no, mejor no la mire, déjela así, que en realidad creo que este lugar me hace pensar en algún espacio que ya conocí, que ya colonicé. Esperemos. Veamos qué pasa.

martes, octubre 04, 2005

Juana la Casquivana

Esta es la historia de Juana, de Juana la Casquivana. Juana, de pelo azabache, hermosa por su mirada sonriente y temerosa, soñaba que era la bella flor de una planta carnívora. Comía hombres con una mezcla de deseo y desprecio, y escupía sus huesos después de relamerse con la sangre espesa y triste de sus víctimas. No era precisamente feliz, pero estaba satisfecha de cazar a los desprevenidos, y de casi nunca resultar herida: los pobres sucumbían antes de darse cuenta de que la muerte los acechaba.

Juana tenía amigas y amigos – su oficio de rompecorazones no le evitaba tomarse unos tragos, fumarse unos cigarrillos, quizás jugar con cartas o sentarse a ver películas. Cuando la conocí era una pequeña flor que vivía a la sombra de un gran roble, y sonreía a los pasantes, seductora y tranquila. Yo, entre estúpido e inconsciente, encontré la gracia de su perfume. Juana me regalaba una mirada mientras bailaba con los demás caminantes y mis sentidos iban perdiendo su agudeza. Casquivana, Casquivana, no me seduzcas. Pero en vano. En sus brazos caí, y ella en los míos.

Algo ocurrió, sin embargo, porque no me devoró. Se limitó a escuchar mis lamentos, a mordisquear mis brazos, a dejarse desplomar. El peso de tanta carne en su vientre, quizás, o el tótem de la inmunidad que a veces me acompaña, no lo sé. Pero quiso la Casquivana bailar otra pieza conmigo, y me permitió incluso llevarla en el baile, estrechar su hombro izquierdo y destripar la lágrima del condenado a muerte. Juana la Casquivana bailó conmigo esa tarde hasta que fue noche y luego fue día, y no estaba vestida de rojo. Luego nos sentamos, cansados, y me contó su fantasía de planta carnívora. El sueño se apoderó de mí y me dormí, descansando sobre su regazo. La felicidad me atravesó mientras dormía, y no alcancé a vivir con ella.

Ahora desperté, y creo entender que estoy dentro de Juana la Casquivana, en su vientre, atento a cualquier sonido del exterior y huyendo de los jugos gástricos que secreta. A mi alrededor está la sangre de otros hombres, más héroes y menos esquivos que yo, y no entiendo cómo mi cuerpo entero cabe dentro de su vientre, ni sé por qué no he sido digerido. Mis huesos tiemblan de pensar en desgarrarse de mi carne, y mi piel ha tomado un extraño sabor agridulce. Juana me acaricia con los movimientos de sus intestinos, y a veces suelta lo que parece ser un suspiro. Yo sólo quiero que alguien lea este testimonio, y sepa que yo, el boticario, estoy acá, esperando. Por favor no me rescaten, ni mucho menos piensen en matar a Juana, que sin ella no tengo calor ni caricias que valgan algo.