Para discutir de todo...como en botica.

jueves, abril 26, 2007

En comunicación con el Señor


Se fue la luz, ojalá no a todos se nos vayan las luces mientras anunciamos su muerte y proclamamos su resurrección...

martes, abril 24, 2007

La vida en Colombia

"Las instrucciones eran quitarles el brazo, la cabeza, descuartizarlos vivos. Ellos salían llorando y le pedían a uno que no le fuera a hacer nada, que tenían familia".

Extracto de la confesión de un paramilitar, citada en El Tiempo el 24 de abril de 2007

"Don Antonio' dijo que la única "regla" que tenían que cumplir los paramilitares bajo su mando era la de no asesinar a más de tres personas a la vez, para evitar presión de los medios y las autoridades."

Versión de un jefe paramilitar, según la revista Semana del 22 de abril de 2007.


"
Según testimonios recopilados por los investigadores, las Farc, después de asesinar al geólogo, contactaron al médico Sánchez para que lo 'arreglara' y conservara el cuerpo, porque la guerrilla estaba en medio de la negociación con los familiares y esperaba la entrega de un dinero.

"El médico le sacó las vísceras -explicó uno de los testigos- , lo rellenó con cal y usó formol para que no se descompusiera y así poder esperar el dinero que habían pedido los guerrilleros por él. Durante varios días fue el encargado de mantener conservado el cuerpo"."

Noticia de El Tiempo, 21 de noviuembre de 2006.

Y uno escribiendo pendejadas...

lunes, abril 09, 2007

Cambiar de nombre

Algún día alguien lo nombró, alguien le dio eso que es un rótulo primero y la identidad después, ese algo de viene de afuera y se va convirtiendo en adentro, en tan adentro que está en el miedo, clavado en la piel, doblado y reblandecido. Alguien le dio nombre, le dijo que debía estar alerta cuando le dijeran de cierta manera, le alertó del miedo que le debían producir ciertos sonidos. Y le llamaron Tigre Consentido.

Valiente pero frágil, olvidadizo y perezoso, Tigre Consentido decidió que su destino debía ser vagar por los caminos sin repetir nunca un trayecto. Así que empezó a andar, a andar sin tener una meta distinta a la de nunca repetirse, y así como nunca volvía a pasar por un lugar por el que hubiera pasado antes, cada día era diferente, cada mañana despertaba con un deseo más extraño, más novedoso. Quería perder ese nombre y crearse otro él mismo, quizás Oreja Perdida, quizás Fantasma en Vida, quizás Beso Sin Piel.

No sé cuánto caminó, porque él tampoco lo sabe. No sé por cuántos ríos pasó, cuántas personas conoció sin volver a ver, cuántos lugares nombró para luego olvidar. Él tampoco lo sabe, aunque pronto se dio cuenta de la necesidad de recordar, de tatuar todo en su cabeza para prevenir el peligro de volver a pasar por algún lugar, de repetir un silencio, una sonrisa, un bostezo. Caminó otro poco y sintió ganas de volver a algún punto, de continuar una conversación interrupta, de mirar con más detenimiento a alguna niña hermosa. Supo que se trataba de un gran peligro, según cuenta, y reprimió esas ganas; cuando notó que eso no era suficiente decidió conseguir una libreta y anotar los nombres de los lugares, el sabor de las cervezas, las diferentes marcas de chocolates. Y siguió.

Así, con todo eso, cuando quería revivir algo, cuando sentía que iba a vomitar y todo lo que salía era el deseo de volver, sencillamente acudía a su libreta y leía, y dibujaba, y recordaba. Vivía. Revivía. Sobrevivía. Seguía adelante, pero no encontraba su nombre: seguía siendo Tigre Consentido. Alguna vez decidió dormir dos noches en el mismo lugar, no tanto por el sitio (antes había pasado una noche, por ejemplo, en la desembocadura de un río en el mar, con el viento bajando frío desde las montañas y el corazón empeñado en enamorarse) ni por la compañía, sino por el recordar lo que se sentía al repetir los sonidos al dormirse y al abrir los ojos y ver un mismo pedazo de pared o de cielo. Decidió que su recorrido sería un circuito, pero nunca volvió: ya sus pies no sabían llevarlo al lugar de partida.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que se había perdido, de nuevo. Ahora no perdido en un nombre impuesto, sino perdido en la búsqueda de otro. Decidió dejar de tener nombre, dejar de buscar lo que no existía. Fue esa noche cuando lo conocí, con los ojos grandes y hambrientos, recordando el inicio de su peregrinación sin fin, mezclando palabras de varios idiomas. Y cuando le pregunté cómo se llamaba ahora, me miró perplejo y triste, y dijo “Tigre Consentido”.

P.D. Y esta es para aquella que lo bautizó.